En pura teoría no debería quejarme.
No soy un niño de Burkina Fasso que tengo que hurgar en los avisperos para encontrar nutrientes y poder así alimentarme.
No soy una persona que sea objeto de vejaciones o persecuciones políticas. No padezco ninguna enfermedad degenerativa y mis seres queridos gozan de buena salud. Tampoco padezco halitosis o hiperplasia de próstata. Y casi nunca me resfrío. La alopecia y esta obesidad mórbida a la que ha dado paso mi tripita cervecera no cuentan.
No tengo muchos amigos pero los que tengo son muy buenos y desde hace muuuuuchos años. Y tengo algunos nuevos, y molan.
Mis hijos son guapos, listos, sanos, simpáticos…. Lo mismito que su padre.
Se parecen a mí: el padre soy yo.
Sureña es una delicia de mujer, y estoy enamorado hasta la médula y el hecho de que medien entre nosotros unos cuantos cientos de kilómetros es algo circunstancial (y eso que no he leído a Marco Aurelio) sobre lo que no quiero/debo/puedo extenderme.
Mi trabajo no puede ser considerado, ni de lejos, explotación y el sueldo que me pagan me permite vivir dignamente (vaya mierda de frase hecha, en fin ….).
Aunque en estos momentos no tengo ni chocolate ni fuet en la nevera, sé que no tengo más que bajar a la calle y adquirir ambos alimentos en cantidad desmesurada, si así lo quisiera.
¡¡¡¡ pero es que llevo un día de mierda ¡!!!!
Un día en la vida de Fidelín (el de hoy, para ser exactos).
Me levanto a las 6:45 para estar en el taller muy temprano a dejar el coche que me ha prestado Sureña (el mío, como sabéis, fue sustraído hace ya mas de un mes. Y además me lo robaron).
Dejo el coche y me desplazo andando cuesta arriba 10 minutos hasta llegar a mi oficina donde me pasa tooooooooddaaaa la puta mañana revisando transacciones del año 2004 para contestar a un requerimiento urgente de la AEAT, Dios les bendiga.
Contrariamente a lo habitual, me escapo a las 15:15 de mi oficina (por otro lado mi hora de salir son las 15:00) para, mientras sigo contestando correos electrónicos desde la blackberry, ir cuesta abajo los mismo 10 minutos a recoger el coche.
Voy a mi casa echando chispas para ver de qué forma soy capaz de bajar yo solo desde el cuarto piso sin el ascensor (que están reparando) un sofá, habida cuenta de que en pura teoría a las cinco me traen uno nuevo (escribo estas líneas a las seis y el transportista de los c…. no ha venido). No penséis que cambio de sofá por gusto, pijerío o porque he cambiado las cortinas. Rien de rien. Me deshago del sofá antes de que él se deshaga de mí. Es, como decirlo, un monumento a la desviación de columna, una alegoría de la escoliosis, un recordatorio de que somos polvo, y en polvo nos convertiremos, vértebras incluidas.
La absoluta ausencia de herramientas en mi casa y la absoluta impericia en el manejo de las mismas de haberlas habido, devienen en una batalla final entre el sofá y yo que adquiere dimensiones épicas en el momento en que mientras lo pateo desenfrenadamente con la esperanza de separar el reposabrazo de aglomerado del resto del trasto, él contraataca hundiendo infinidad de astillas en mis dedos. Lo del capitán Acab y Moby Dick es una mierda comparado con esto. Si Melville hubiera presenciado la escena se hubiera dejado de chorradas o hubiera escrito La Sirenita.
Gano la batalla, pero los 6 viajes desde el cuarto piso bajando los restos mortales del mueble a la calle me hacen sudar copiosamente y respirar con dificultad. Bajas: mi camisa, desgarrada por un muelle traicionero.
Como las ventanas del edificio se llenan de caretos que me miran como si acabara de enseñarle el miembro a un grupo de escolares, opto por escribir un cartel con el siguiente texto “El servicio de recogida de muebles viejos del Ayto. de Madrid retirará estos trastos en las próximas horas” (no need to say que es cierto, y que llamé en su momento al 010 quienes me confirmaron telefónicamente esta mañana, camino del taller, que harían acto de presencia). Gracias a Dior, o a una conjunción planetaria, coinciden en el tiempo el Ayto. que se lleva este instrumento de tortura medieval que tenía por sofá con el transportista que me trae (lo empiezo a dudar) el nuevo sofá.
Una vez duchado escribo estas líneas haciendo tiempo y simultáneamente sigo contestando correos desde mi blackberry.
En cuanto venga el sujeto en cuestión, si Dior quiere antes del próximo deshielo, me iré raudo al Tanatorio. No al de la M-30 que se encuentra a escasos 500 metros de mi humilde morada, no. ¡¡ al de Tres Cantos!!. Para poder dar un abrazo a ese ángel llamado Pilar que cuida a mis niños desde que nacieron. Su padre falleció anoche. Un beso, Pil.
Este es un día en mi vida, queriditos. Y os garantizo que no es una excepción.
No soy un niño de Burkina Fasso que tengo que hurgar en los avisperos para encontrar nutrientes y poder así alimentarme.
No soy una persona que sea objeto de vejaciones o persecuciones políticas. No padezco ninguna enfermedad degenerativa y mis seres queridos gozan de buena salud. Tampoco padezco halitosis o hiperplasia de próstata. Y casi nunca me resfrío. La alopecia y esta obesidad mórbida a la que ha dado paso mi tripita cervecera no cuentan.
No tengo muchos amigos pero los que tengo son muy buenos y desde hace muuuuuchos años. Y tengo algunos nuevos, y molan.
Mis hijos son guapos, listos, sanos, simpáticos…. Lo mismito que su padre.
Se parecen a mí: el padre soy yo.
Sureña es una delicia de mujer, y estoy enamorado hasta la médula y el hecho de que medien entre nosotros unos cuantos cientos de kilómetros es algo circunstancial (y eso que no he leído a Marco Aurelio) sobre lo que no quiero/debo/puedo extenderme.
Mi trabajo no puede ser considerado, ni de lejos, explotación y el sueldo que me pagan me permite vivir dignamente (vaya mierda de frase hecha, en fin ….).
Aunque en estos momentos no tengo ni chocolate ni fuet en la nevera, sé que no tengo más que bajar a la calle y adquirir ambos alimentos en cantidad desmesurada, si así lo quisiera.
¡¡¡¡ pero es que llevo un día de mierda ¡!!!!
Un día en la vida de Fidelín (el de hoy, para ser exactos).
Me levanto a las 6:45 para estar en el taller muy temprano a dejar el coche que me ha prestado Sureña (el mío, como sabéis, fue sustraído hace ya mas de un mes. Y además me lo robaron).
Dejo el coche y me desplazo andando cuesta arriba 10 minutos hasta llegar a mi oficina donde me pasa tooooooooddaaaa la puta mañana revisando transacciones del año 2004 para contestar a un requerimiento urgente de la AEAT, Dios les bendiga.
Contrariamente a lo habitual, me escapo a las 15:15 de mi oficina (por otro lado mi hora de salir son las 15:00) para, mientras sigo contestando correos electrónicos desde la blackberry, ir cuesta abajo los mismo 10 minutos a recoger el coche.
Voy a mi casa echando chispas para ver de qué forma soy capaz de bajar yo solo desde el cuarto piso sin el ascensor (que están reparando) un sofá, habida cuenta de que en pura teoría a las cinco me traen uno nuevo (escribo estas líneas a las seis y el transportista de los c…. no ha venido). No penséis que cambio de sofá por gusto, pijerío o porque he cambiado las cortinas. Rien de rien. Me deshago del sofá antes de que él se deshaga de mí. Es, como decirlo, un monumento a la desviación de columna, una alegoría de la escoliosis, un recordatorio de que somos polvo, y en polvo nos convertiremos, vértebras incluidas.
La absoluta ausencia de herramientas en mi casa y la absoluta impericia en el manejo de las mismas de haberlas habido, devienen en una batalla final entre el sofá y yo que adquiere dimensiones épicas en el momento en que mientras lo pateo desenfrenadamente con la esperanza de separar el reposabrazo de aglomerado del resto del trasto, él contraataca hundiendo infinidad de astillas en mis dedos. Lo del capitán Acab y Moby Dick es una mierda comparado con esto. Si Melville hubiera presenciado la escena se hubiera dejado de chorradas o hubiera escrito La Sirenita.
Gano la batalla, pero los 6 viajes desde el cuarto piso bajando los restos mortales del mueble a la calle me hacen sudar copiosamente y respirar con dificultad. Bajas: mi camisa, desgarrada por un muelle traicionero.
Como las ventanas del edificio se llenan de caretos que me miran como si acabara de enseñarle el miembro a un grupo de escolares, opto por escribir un cartel con el siguiente texto “El servicio de recogida de muebles viejos del Ayto. de Madrid retirará estos trastos en las próximas horas” (no need to say que es cierto, y que llamé en su momento al 010 quienes me confirmaron telefónicamente esta mañana, camino del taller, que harían acto de presencia). Gracias a Dior, o a una conjunción planetaria, coinciden en el tiempo el Ayto. que se lleva este instrumento de tortura medieval que tenía por sofá con el transportista que me trae (lo empiezo a dudar) el nuevo sofá.
Una vez duchado escribo estas líneas haciendo tiempo y simultáneamente sigo contestando correos desde mi blackberry.
En cuanto venga el sujeto en cuestión, si Dior quiere antes del próximo deshielo, me iré raudo al Tanatorio. No al de la M-30 que se encuentra a escasos 500 metros de mi humilde morada, no. ¡¡ al de Tres Cantos!!. Para poder dar un abrazo a ese ángel llamado Pilar que cuida a mis niños desde que nacieron. Su padre falleció anoche. Un beso, Pil.
Este es un día en mi vida, queriditos. Y os garantizo que no es una excepción.
PD. Por una petición anónima, pongo la letra mas grande. No sé si saldrá bien....