martes, 22 de enero de 2008

First Class


Viaje relámpago por tema de trabajo a Alicante, no programado. Ayer me fui a medio día y ya estoy aquí. Y la premura en la obtención de los billetes de avión junto con el imposible aplazamiento del viaje ha dado como resultado que he ido en Primera, Preferente, top one, first class, privilege, executive, business class o como queráis llamarlo.

Si amiguitos: he pertenecido por unas horas a esa élite agasajada de forma perenne por la inmarcesible sonrisa de la aeromoza, que dicen en los culebrones. Hoy he sido yo quien he degustado anacardos vetados a la plebe. He leído prensa deportiva negada a la famélica legión de las filas 6 y ss. Hoy, esa medianoche de Camembert reservada a la flor y nota del pasaje ha sido mía. Hoy he sido yo el que, con gesto displicente, he rehusado una almohada tan solo digna de la creme de la creme de la aviación civil (por supuesto enarcando una ceja al más puro estilo Carlos Sobera y con un gesto de autosuficiencia y naturalidad que me ha provocado arcadas a “pi pispo”).

Las putas 3 horas de espera en el El Altet hasta poder pillar el primer avión que me trajera a casa (me río yo de la “vuelta abierta”) no las voy a comentar, ni la mancha en la camisa del Whopper del Burger del aeropuerto. Ni tampoco que he empleado esas horas en redactar a mano un informe de auditoría (joer, no me acordaba de cómo se cogía un boli).

Y ahora, para que veáis que soy sensible, momento síndrome de Stendhal: la preciosa luna llena que nos ha acompañado todo el viaje, la hemos disfrutado por igual el piloto, la clase preferente y el gallinero.

¡aleluya!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo único que merece la pena en primera: los anacardos y la prensa deportiva. Y que la gente suele ir bastante más callada.

Colette dijo...

Discrepo.
Lo mejor de la clase ejecutiva (la primera directamente la han quitado ya en Iberia, por ejemplo) es los sillones de los transoceánicos que se hacen cama, la tele individual con cien mil pelis y juegos pa tí solito y la carta de vinos.

Fidelio dijo...

Ambas tenéis razón. A lo mejor tenía que haber llamado al post "First Class, vuelo nacional. Frutos Secos y el Marca: hay un mundo mejor.

Yo me recuerdo con Sureña en el aeropuerto de Chicago pillando el vuelo de vuelta a Madrid atravesando en el avión las distintas "clase business" que había hasta llegar a nuestros taburetas, y se me hacía el culo lo que viene siendo pepsicola. En estas no había cartas de vino, Colette, sino que tenías en el asiento de al lado a tu propio sommelier y un decantador con incrustaciones de madreperla.

Lola Steiner dijo...

Y lo peor es soportar estoicamente la cara de odio profundo y las miradas asesinas que te sueltan los que se dirigen a la clase turista!