Escribo estas líneas por prescripción facultativa: instrucción expresa del Dr. Malcolm. Así que las reclamaciones, al Colegio de Médicos.
Ya os anticipé mi vista al Aquopolis de San Fernando de Henares del sábado pasado en compañía de mis dos retoños.
La llegada no pudo ser más desalentadora. El aparcamiento es una inmensa explanada llena de cardos y hierbas secas con multitud de insectos, con una temperatura ligeramente más cálida que la del desierto de Arizona en las horas centrales del día, vigilado por individuos de dudosa reputación y, con total seguridad, amplio historial delictivo.
Consejo nº 1: guárdate de los Idus de marzo.
Consejo nº 2: cuídate de los sitios donde te hacen foto a la entrada: parque de atracciones, zoo, aquópolis y prisiones estatales.
Cola para sacar las entradas. Mucha cola. Demasiada cola. Hay campamentos de refugiados con menos cola cuando reparten la ayuda humanitaria.
Lo sé: para ser de Ventas y pasar gran parte de mi infancia yendo a la piscina de La Elipa, con mi Turbo negro con banda lateral amarilla marcando lo que los ingleses llaman el “lunchbox” sueno demasiado aburguesado y clasista. Pero entendedme: jamás había estado tan cerca de tantas “Yessicas” “Yonatanes” “Desirees” y “Kevins”. ¿es que nadie se llama aquí con nombre de santo de los de toda la vida, con su día del año y habiendo sido sometido a su pertinente martirio?
¡¡ Vaaaaane!! (grita una madre agitanada a su hija adolescente que intuyo se llama Vanessa). ¡¡ no te rasques el chichi con la “toballa” que se te “inrita”. ¡¡Kevin, te he dicho cienes y cienes de veces que no te hurgues la nariz ¡! (ignorante, la madre, si supiera las cosas que se debe meter Kevin por la nariz, con sus 15 añitos, pelo a lo mohicano, coletita rizadita por detrás y camiseta de Manowar).
Consigo entrar y encontramos una pequeña parcelita de hierba sin demasiado lodo con algo de sombra. Claro, ¿quién la va a ocupar? Está a los pies de un poste con altavoces de los que, durante las siguientes 7 horas, y en claro alarde de contaminación acústica, sólo iba a salir, alternativamente, uno de los siguientes sonidos:
Jingle corporativo infernal (Veeen, al aquópolis veeeeeen que te vas a divertiiiiiiir).
Avisos con voz nasal a que el propietario del coche con matrícula tal lo retire del aparcamiento.
Ni una sola palabra, ni besos ni miradas apasionadas ni rastro de los besos que antes me dabas hasta el amanecer é é é… (os lo aseguro, no solo Paulina Rubio cansa tantas horas seguidas; incluso el Andante Sostenuto del Concierto nº 2 de Saint Säens, superadas las 6 horas seguidas de audición, empalaga).
Los niños impacientes demandan su ración de adrenalina en los toboganes de diversa longitud, inclinación y forma que por doquier salpican lo que viene siendo la propia piscina o pileta (para posibles lectores argentinos). Yo, padre responsable y abnegado, demoro su ilusión embadurnándoles del pertinente protector solar del 30 a pesar de mi aversión a las cremas (antes de ser metrosexual, entiéndaseme), y nos dirigimos a la primera de las atracciones: los ríos. Coronando una cuesta, 4 toboganes intrincados de diferentes colores por los que debemos deslizarnos para que, tras unos cuantos zigzags a velocidades vertiginosas, acabemos siendo escupidos a la piscina central. ¿para qué los carteles indicando que la postura correcta es tumbado con los brazos en cruz sobre el pecho? ¿Para qué los monitores con pitos llamando la atención a las hordas calorras? ¡¡¡ todos se tiran de cabeza ¡!!
¿os acordáis de ese agradable cosquilleo en el bajo vientre cuando íbamos sentados de pequeños atrás en el coche y la carretera tenía un cambio de rasante? ¡¡¡ multiplicadlo por cien mil, y tendréis una idea aproximada de la experiencia ¡!! Afortunadamente, durante el descenso, el hecho de que vinieran a mi cabeza expresiones como “traumatismo craneal”, “pérdida de masa encefálica”, o “conmoción cerebral” evitaron lo que sin duda hubiera sido una más que ostentosa erección.
Fue al salir del agua después de los toboganes cuando la vi. Para no verla ¡estaba delante de mí subiendo la escalera para salir del agua! Si hubiera sido un poco más de noche y el agua hubiera sido un poco más turbia podría perfectamente haber pensado que me encontraba junto a la criatura del pantano. ¿cómo describirla? Su contemplación me hizo, casi de forma refleja, pensar en Oscar Wilde, en el noble Petronio y en el Beau Brummel y en como se removerían en sus tumbas en lo que a todas luces era un atentado contra el buen gusto, la estética, la decencia e incluso la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal.
Imaginad por un momento a Laetitia Casta. ¿la tenéis? Mona ¿eh? ¡Bien!. Ahora imaginad una mujer justamente todo lo contrario. ¿la tenéis? Repelente ¿eh?. Sigamos: ponedle un moño de esos altos, unas uñas muy largas naranjas, mucho mucho mucho colorete, base, rimel, rizador de pestañas. ¿me seguís? Rematemos esa composición del averno con un tanga por cuyos lados se derrama lo que viene siendo un culo que para ser tapado más que tanga hubiera requerido un parapente. Y ahora la guinda: a modo de faldita una especie de cancán ¿se llaman así? Hecho de alambres adornados con bolitas celestes…. ¡¡ Dios de bondad ¡! Os prometo que estuve a punto de levantar los brazos y, en nombre de la Humanidad, rendirme a la invasión alienígena. Con una mujer como esa un hombre no hace el amor. Con una mujer como esa un hombre se ayunta.
Fue entonces cuando decidí que el mundo es de los valientes. Poco podía yo perder a estas alturas. Y cogiendo a mis niños en un ejercicio de improvisada osadía nos dirigimos al Kamikaze: la madre de todos los toboganes, Sancta sanctorum del Aquopolis. Un lugar donde se entra y no se sabe bien si se llegará a salir. Una especie de desierto de Taklamakan pero de todo a cien. Un lugar solo visitado por la flor y nata de la fauna poligonar, que diría Colette, empadronada en alguna población del corredor del Henares. Un lugar donde tienes que tener coletita, pendientes, tatuajes, masiva presencia de sarro y una inusitada longitud en las uñas de los pies (y preceptivamente en la del meñique de la mano).
Subiendo las escaleras del Kamikaze dejé por un momento de oír a Paulina Rubio y me pareció escuchar los primeros acordes de La Marcha al Suplicio de la Sinfonía Fantástica de Berlioz.
Esta vez no vinieron a mi mente términos usados en los departamentos de traumatología. La expresión era bien distinta en esta ocasión: me voy a dar tal hostia que no me va a doler tanto el golpe como el hambre que voy a pasar por el camino. Mientras me deslizaba a velocidades supersónicas sin tocar el suelo (he levitado, por fin, y sin estigmas) me venía a la cabeza Roger Moore haciendo de 007 en Moonraker cuando le meten en una máquina para entrenar astronautas. Casi podía ver como iba perdiendo masa corporal. Yo ya no necesito ir a Acapulco para tirarme de acantilado ese….
Vuelta a casa. Operaciones retorno de vacaciones con menos coches he visto yo. Los niños han disfrutado. Hasta el verano que viene, Dios mediante.