miércoles, 26 de mayo de 2010

If I were a rich man




Ante todo, y vaya ese por delante, QUE NADIE ME CUENTE EL FINAL DE LOST. Los niños y yo nos hemos chupado las 5 primeras temporadas y los 13 primeros capítulos de la sexta y última. Este fin de semana veremos juntos el 15, el 15 y el 16. El 17, y final, lo veremos el sábado con Lita y From, todos debidamente ataviados con las camisetas de la iniciativa Dharma que he comprado para la ocasión. Con retraso, sí, pero Frikis al fin y al cabo.

No voy a tardar en acostarme, tras un día intenso de trabajo y una doble victoria en pádel contra Corti y Jorge, lo que nos pone en un 7 a 3 a favor en nuestro campeonato. Needless to say que hemos dado buena cuenta de las cervezas y torreznos de rigor, no vaya a ser que la gente vaya diciendo por ahí que somos vigoréxicos, o algo peor.

Estoy moreno después de 4 días de playa (Calblanque el lunes solo para Cristina y para mí, impagable) y dentro de nada a preparar las maletas para Japón.

Hoy no voy a leer un rato “La vida en sordina” de David Lodge (me está encantando), después de haber devorado en los últimos días Invisible de Auster, La caza del carnero salvaje de Murakami y Ordeno y mando de Amelie Nothomb (¡¡¡vaya descubrimiento de Sureña!!!).

Más bien estoy pensando en ese comentario anónimo en mi última entrada, en el que me decían que estaba en esa edad “entre la pasión y la pensión”. Y me ha hecho mucha gracia. Porque lo que ninguno de vosotros sabéis es que en un futuro inmediato voy a ser asquerosamente rico gracias a una lotería primitiva en solitario que tengo certeza absoluta que me depara el destino.

Y si: me echaré a perder como James Dean en Gigante. Y ni siquiera tendré como excusa un amor imposible con Elizabeth Taylor.

Dilapidaré mi fortuna en observar una estricta dieta a base de percebes y Viñas del Vero Gewurztraminer.

Me compraré un coche grande y ostentoso. No sé la marca, ni los caballos, pero sin lugar a dudas tendrá 2 tubos de escape y cristales tintados.

Directamente entraré en el accionariado de Biotherm como socio mayoritario. Viajaré constantemente a sitios donde haya mar y pueda atracar mi barco, tripulado por una pléyade de beldades, en plan video de Addicted to Love de Robert Palmer (ya iréis sabiendo por este blog. El enano de Amelie palidecería de envidia). Mi vestidor recorrerá el abecedario de la A de Armani a la Z de Zegna,

Por supuesto emprenderé proyectos solidarios, como la Fundación Fidelio para la defensa “de”, la lucha “contra” o el apoyo “a”. (da igual lo que vaya detrás del entrecomillado. Por ejemplo “programación didáctica”, “espina bífida” o “pueblo mapuche”). Con ello limpiaré mi conciencia, aunque en el fondo un 10 % de filantropía impulsará estos proyectos. El 90 % restante corresponde a la idea de hacerme unas fotos chulas.

Practicaré el mecenazgo en proyectos culturales imposibles. Por fin haré realidad mi viejo sueño: Así habló Zaratustra: el musical. Me parece ver esa escena final, de Zaratustra acompañado del león, el águila y la serpiente cantando “vengo a induciros a vuestro último pecado” con una música similar a la de “Good Morning Baltimore” de Hairspray……

En fin, me voy a dormir. Tengo que tener muy buena cara para cuando llegue ese día.





domingo, 9 de mayo de 2010

Talcualejamente



Me hago viejo. O lo mismo, para decirlo de una forma menos dramática, crezco.

En realidad a los 41 es relativamente sencillo encontrar recuerdos, referencias o circunstancias que evidencian el paso del tiempo.

Joer, telediario de Antena 3: hoy cumplen 30 años David el Gnomo, Willy Fog y Dartacán. Parafraseando al tango, treinta años son nada…

Lucía, a mi lado, hace deberes. Hemos comido juntos, hemos hablado de las vacaciones y luego nos hemos ido a un descampado para que, por primera vez en su vida a los 12 años, se pusiera al frente de los mandos de un coche, metiera primera, encontrara el punto al embrague y al acelerador, avanzara unos metros.

A Nacho le he dejado con unos colegas. A sus 13 empieza a ser normal (si me utilizo a mi mismo como referencia) que quede con unos colegas para irse a ver un partido de fútbol sala.

Antes, yendo con ellos en el coche, ha sonado en la radio Sultans of swing. Por descontado no saben quien es Mark Knopfler ni Dire Straits.

Y de pronto me da por pensar en sonidos del pasado. Aquellos incrustados en mi memoria y que de forma natural y también abrupta han desaparecido. Sería más apropiado decir que se han extinguido. Me da por pensar en el pitido de la tele al acaba la programación y comenzar la carta de ajuste, o en el “ding” de la máquina de escribir cuando tocaba vuelta de carro (¡Dios mío, si hay una expresión especialmente anacrónica posiblemente sea “vuelta de carro”). También me ha venido a la memoria la melodía de Radio Intercontinental, y el ruido de la lavadora de mi casa cuando centrifugaba (seguramente, más de un sismógrafo fue alertado por esas vibraciones). Y un recuerdo ha caído, como una fruta madura: la melodía que avisaba al barrio de la visita del afilador.

Debo ser honesto: no hay nostalgia ni melancolía en estas reflexiones. Ni tampoco me siento abrumado, o plantado frente al universo. Incluso me preocupa un poco mi asepsia a la hora de escribir estas líneas. Ni siquiera tengo claro si son más fruto de un ejercicio de memoria para que me salga un post, que de un asalto de algunos recuerdos remotos. Nada me remueve por dentro.

Como diría Gómez de la Serna: talcualejamente.